Del terremoto en Chile puede decirse poco. De hecho nos tomamos algunos días, porque no era intención de la Varietè salir con el habitual "que horror, que desastre". Por supuesto es un horror, obviamente es un desastre. Nadie evaluará lo acontecido en Chile como "no tan desastroso". Y quién lo haga será, pues, un nabo, o un hijo de puta. Y quién sólo diga "que horror", será otro tanto, quizás.
Desde aquí me quedo con la reflexión de un amigo chileno. En el momento del terremoto, en la Argentina se disputan cuestiones mucho más triviales, mucho más relacionadas con el poder coyuntural, con el posicionamiento en las próximas elecciones, con el "control" del senado del oficialismo y la oposición (no quiero que nadie 'controle' el Senado. Es peligroso como usan esa palabra, muchachos). Y cuando digo la Argentina digo Buenos Aires, porque seguramente en Salta, Mendoza o Neuquén si están preocupados por algún que otro movimiento que les pueda tocar a ellos.
Digo, los problemas que discutimos son de fondo; son de manejo del país; son de si un presidente puede gobernar a través de DNU, y si un Senado tiene que sistemáticamente rechazar los DNU sólo porque la mayoría parlamentaria se lo permite. Pero nadie se muere. Es una charla que debería ser sencilla. "Hay que hacer esto, muchachos". Listo.
Del otro lado de la cordillera no tienen el mismo tiempo. La gente ya se murió, ya se quedó sin nada, ya carece de comida.
Y entonces me pregunto: no será que tenemos las cosas demasiado fáciles?
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