"Hoy la luna me invita a seguir", canta el Cebolla, y tiene razón. La luna es solitaria, e invita a la soledad. A diferencia de su amante imposible, la relación con la luna (si tal cosa existe) es personal. Uno puede estar rodeado, pero frente a la luna, uno está solo.
En los lugares adonde puede verse el cielo de verdad, ese que tiene más estrellas que espacios vacíos, la luna domina la escena, y captura quienes la miran como las más hermosas sirenas atrapaban a los marinos y los llevaban a una apasionada perdición.
En cambio, las calles de la gran ciudad (elijan ustedes la gran ciudad que prefieran) se ocultan de la luna detrás de luminarias espantosas, faroles halógenos y luces fluorescentes.
Sin embargo, la luna asalta a los desprevenidos en calles arboladas o esquinas oscuras, y les hace sentir esa soledad intensa, brillante, casi como un abrazo helado y a la vez comfortable.
Los que sentimos esto alguna vez, los que caminamos dispuestos a que la luna se aproveche de nosotros, hemos tenido, aunque no sea por un instante, la dicha de sentir ese abrazo solitario. Pero, ya ven, la mayoría de nosotros ha olvidado a la luna, y por eso está tan sola la soledad.
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