martes, 11 de diciembre de 2007

Fotos

La horda de viajeros furiosos se apiló en el vagón. La señal sonora, el ruido de las puertas, el movimiento del tren. Oscuridad. El subte seguía su marcha.

La familia constaba de mamá, papá, y dos niños. La nena, de alrededor de 5 años, estaba vestida con un pequeño atuendo tanguero. Pollerita cortita tubo, con tajo en la pierna. Pañuelo rojo y tacones brillosos.

Dos pasajeros se bajaron en la estación. Uno de los lugares libres lo ocupó la tanguerita.

En el otro se sentó una señora. Tenía muchísimos años (quizás 200), pero conservaba entre todas esas arrugas una mirada inquieta, vivaz, pletóricamente azul.

Las dos miradas, la niña y la señora, la juventud y la experiencia, se cruzaron en una sola cosa, durante brevísimos y milagrosos instantes. Ambas sonrieron.

El hechizo se rompió con una nueva horda, una nueva señal, y la oscuridad omnipresente.

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