Lo malo de aprender es que muchas veces ese aprendizaje viene disfrazado de muchas formas. Me refiero al aprendizaje no sistematizado, claro. Al que sucede en el recreo, y no necesariamente en el aula.
"Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar", decía Bertrand Russell, con la intuición de que en principio a todos nos interesa aquello que está detrás del puente, sin importar si hay que cruzarlo o quemarlo. Sólo después sabemos cuál es cuál.
"La vida es aprendizaje, cuando dejes de aprender, mueres", dijo Tom Clancy, autor de bestsellers que, sin embargo, puede como cualquiera tener una buena tarde (o una buena frase). Vivir es aprender todo el tiempo, y desaprovechar ese aprendizaje constante suele no ser bueno. "Que mi mente se pasee hambrienta por ahí, intrépida, sedienta y flexible", decía Edward Estlin Cummings.
Hasta aquí, nos mantenemos en el seguro terreno del copy/paste en la Varietè; terreno que suele atraernos. Pero agregamos algo pequeño, de nuestra cosecha: hay un aprendizaje que existe más allá de la mente lógica. De la inteligencia en términos generales, si se quiere. Es en ese aprendizaje en el que cruzamos puentes que se queman detrás nuestro, y nos dejan en sitios de los que no podemos volver. Cuando del otro lado amamos, odiamos, sentimos, bah; ahi, el aprendizaje se entrevera, y las más claras lecciones nos importan un comino.
El único consuelo es que, si aprendimos, los próximos puentes como esos se van a quemar con nosotros de éste lado. Cruzaremos, claro, otros que debimos quemar. Eso es, sin más, la vida.
"No es el conocimiento, sino el acto de aprendizaje, y no la posesión, sino el acto de llegar allí, que concede el mayor disfrute", dijo alguna vez Carl Frederich Gauss. Así que disfruten de sus "actos de aprendizaje".
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