El gran guitarrista abraza su instrumento. Los demás participantes de la fiesta esperaban ansiosos el recital del maestro. Un aura de enorme respeto rodeaba al intérprete, dispuesto a deleitar a la concurrencia.
El niño observaba tras sus anteojos. La música lo recorría íntimamente, y él esperaba este momento tan ansioso como los demás. Ya llegaría el tiempo de Lennon, Dylan, Townsend... por ahora la mágica guitarra criolla pulsada por el gran maestro recordaba a Chopin, a Mozart, a folklore argentino.
El músico comienza a tocar, con destreza envidiable, con esa experiencia que dan los años vividos, con la música guiando, al frente. Poco a poco los presentes se dejan abrazar por la música.
Pero algo está mal.
"Tiene desafinada una cuerda. La quinta". La mirada atónita de los presentes le muestra al niño que ha hecho algo mal. Pero insiste "es la quinta, maestro".
A pesar de la desaprobación de todos, el maestro comprueba que la quinta cuerda está desafinada.
El maestro es Eduardo Falú. Y el niño, ese niño prodigio, de oído absoluto, de magia constante, de rock en las venas, ese niño es hoy un hombre.
Por suerte, él también está mejor.
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