Sólo un minuto nos separa de lo que nunca volverá a suceder. Ese paso es el punto con el que se entreteje el futuro, ese momento que amontona horas; ese adiós que todo el tiempo le decimos a lo que pasó.
Los domingos pasan más lento; el carretel se enrieda, el reloj se aletarga, y entonces el futuro se pegotea, se apelmaza.
Buscamos hacia adónde mirar pero una bruma que está sólo en nuestros ojos nos limita el campo a nuestro propio mentón y la refucilante pantalla de la TV. Y allí nos quedamos. El domingo nos ha hipnotizado de nuevo.
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