martes, 28 de septiembre de 2010

No jodamos

El texto que adjunto abajo fue escrito por mi amigo y gran periodista Adrián Figueroa Díaz.

Adrián tiene una capacidad especial para poner en palabras las cosas que piensa (y que muchos compartimos). Lo comparto sin comentarios, porque es al pedo volver a decir lo que está tan bien dicho.


No jodamos*

Ante todo y lejos del discurso consensuado en los medios que los condena, confieso que estoy a favor de los escraches. Cuando HIJOS de desaparecidos los visibilizaron, pocos periodistas –casi ninguno- los condenaba. Es que el "escrache a la Argentina " se visibilizó como una acción de repudio a los represores, es decir a los hijos de puta. Para los demás no había escraches. Había que ser hijo de puta para tener uno. Y estoy de acuerdo con que haya sido así. Y creo que no hace falta explicar el concepto de "hijo de puta".

Un ejemplo a favor de mi argumento: ¿por qué el escrache a Estela de Carlotto hecho en 2005 por los padres de las víctimas de Cromañón fue condenado por buena parte de la sociedad, o al menos de los medios? Porque Estela no es una criminal, es una mujer de bien. Igual que Hebe. Ambas lo son, aún con todos sus errores y nuestras críticas.

¿Cuándo empezaron a ser criticados públicamente los escraches? Cuando pasó lo que pasó con Estela y cuando los miembros de la tercera, cuarta, quinta y undécima fila de las corporaciones agropecuarias se los hicieron a funcionarios y legisladores oficialistas, durante el conflicto por la Resolución 125. Antes, no.

Por qué hago esta introducción. Porque me parece que a los compañeros que apoyan al Gobierno se les está yendo la mano. (Y ojo eh, que digo "a los compañeros"; porque hay muchos que defienden o integran el Gobierno que no lo son ni podrían serlo. Es más, son enemigos.)

En estos días se sacó a relucir que Julio Strassera había sido fiscal durante la dictadura y que no eligió juzgar a los genocidas, sino que hacerlo le tocó en suerte por ser empleado de carrera judicial... Haber dicho esto esconde la pretensión de desmerecer todo lo que hizo. Y hacerlo sería una injusticia. O por lo menos una boludez. Y no porque se lo quite del bronce de la historia con la leyenda "nunca más", sino por el contexto en que se lo juzga: no se le había cuestionado esa parte de su pasado hasta que él se permitió hace días dudar de la veracidad de los dichos de Lidia Papaleo sobre las presiones que recibió para firmar la venta de Papel Prensa. Es decir, por relativizar (¡relativizar!) el rigor del caso sobre el cual el Gobierno nacional basa su –acertada- denuncia contra las empresas que monopolizaron la venta del papel para diarios...

Fue el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien dijo que a Strassera "las circunstancias lo pusieron en ese lugar", en el de fiscal de uno de los juicios más trascendentes de la historia. Está bien. Entonces uno podría preguntarse ¿cuáles fueron las circunstancias y cuál el lugar de Aníbal Fernández en ese momento histórico? Desautorizar a Strassera por una opinión a contramano no sólo es correr el riesgo de tironear la soga al punto de que cualquier gil pueda concluir en que "el que enjuició a los milicos también fue un hijo de puta", sino que además de ser injusto es irse un poquito al carajo.

Y no sólo por eso, sino porque también es detenerse en algo que no conduce a nada constructivo. Y llevar la discusión política a la mera lógica del escrache y la condena de alguien por alguna contradicción, es peligroso. Y si no lo fuera, si hubiera que sí o sí hacer política de esa manera, pues bien, seamos equitativos: recordemos que Aníbal Fernández fue uno de los que fogoneó la represión que derivó en el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en el Puente Pueyrredón; que el titular de la bancada del Frente para la Victoria en el Senado, Miguel Ángel Pichetto, fue tan menemista como ahora kirchnerista; que el titular de la CGT , Hugo Moyano, defiende tanto la democracia sindical como Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat. Digamos también que hasta antes de 2003 el Partido Justicialista jamás había reconocido a sus desaparecidos, que las juventudes pseudo-revolucionarias del kirchnerismo creen que José Ignacio "Rucci fue un compañero", que el Plan Argentina Trabaja da una garantía laboral equivalente a la del Plan Trabajar del matrimonio Duhalde, y que las listas del FpV siempre fueron un aguantadero con Carlos Ruckauf, Mabel Muller, Alberto Descalzo, Mario Ishi y Mariano West, entre otros impresentables. Y hagámosles un escrache mediático o callejero. Si no, no empecemos, eh...

Si hay algo que debe saber bien quien hace política, es identificar al enemigo. Y hay mucha gente a la que se le está condenando y no es el enemigo.

Aparte, dejémonos de joder, no vivimos en un momento de la historia argentina en que haya que estar de un lado o del otro. No. Hay un montón de zonas grises desde las cuales se construye poder, pero que son víctimas de la taxonomía idiota de quienes suponen que sólo hay posibilidad de ser kirchnerista o anti kirchnerista. Y ojo, que comprendo la lógica centrípeta de quien tiene el poder y quiere atraer hacia sí a todos. La política es así. Los bloques históricos del querido Gramsci se conforman así. Pero una cosa es querer seducir, y otra es hacer lo que hacíamos cuando teníamos cinco años y a la chica que nos gustaba en el jardín de infantes le tirábamos del pelo para llamarle la atención...

Admitámoslo, admítanlo los compañeros: el "quien no está conmigo está contra mí" es germen del discurso totalitario. Que me perdonen mis amigos cristianos, pero la lógica de esa frase del Evangelio de Lucas es totalitaria. Y que me perdonen mis amigos que defienden a ultranza a Néstor y Cristina, pero la lógica de dañar a partir del escrache a las contradicciones de quien critique parte (¡parte!) del relato kirchnerista es, por lo menos, peligroso. Entonces, no jodamos con eso de escupir para arriba. No empecemos...

AFD

* Le robé el título a Sasturain.

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