domingo, 30 de mayo de 2010

Nunca lo mismo

La plaza se abre ante mis ojos. Las apagadas luminarias crean un paisaje diferente, como si no se tratara de la misma plaza, del mismo barrio. Los mismos noctámbulos en los rincones gastados, los que hicieron de olvidables recovecos su improvisado hogar.
A la derecha las señoras salen de misa, mientras la Catedral iluminada inicia la letanía horaria de las campanadas. Volverán sin duda a sus casas, a sus cenas, a sus licores.
Voy dejando atrás la explanada, y los árboles añosos me reciben en franca penumbra. Entre las ramas apenas se divisan estrellas, en el despejado y frío cielo de mayo. Una pareja parece lamentar la tenue iluminación, deseando, quizás, el anonimato de la oscuridad.

Domingo. Termina la plaza, y la avenida sacude la pesadez con la primera oleada de autos. Y en ese trayecto tu cara se dibuja en las hojas, en las sombras. Y pienso, otra vez, en vos.

Y soy feliz.

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