viernes, 28 de mayo de 2010

El marketing del sentido común


Económicamente hablando, agregar valor a una materia prima es una maniobra deseable. Uno toma algo que existe naturalmente (pongamos, trigo) y lo especializa, produce o modifica de tal manera que ya no se trata del producto al natural, sino con algún proceso extra (pongamos, harina de trigo). De hecho, se trata de un proceso que se discute mucho por estos días, porque vender trigo genera menos ganancias que vender la harina (esto es un modelo teórico; no tengo cálculos de si da más ganancia exactamente).

Bien, hasta aquí de acuerdo. Ahora ¿qué pasa con los productos culturales? ¿Lo mismo? Uno podría decir que los productos culturales no se encuentran en estado, digamos, "natural". Que son construcciones de por sí.

Bueno, he aquí el marketing del sentido común. Ejemplo: un tipo que tira consejos acerca de que si que no decirle a las mujeres. O un sitio web que tiene, entre otros, el top ten de tips para volverse irresistible. Me atengo a estos ejemplos, pero pueden encontrar muchísimos más.

Algunas de las cosas que no se le pueden decir a una mujer son "con cuantos tipos te acostaste?", "adónde vamos hoy a la noche?" o "me das un beso?", por ejemplo. De acuerdo con el chabón, se trata de "mostrar seguridad" (son frases que yo suelo usar; ahora entiendo todo).

En cambio, hay que olvidarse de los tipos anteriores, armar plan ('vamos a la pizzería, negra'), y partirle la boca, sin mayores preámbulos.

¿Cuál es la diferencia entre como él lo dice, y como se los transcribo yo? Bueno, el marketing. El tipo tiene un sitio y varios libros de consejos para citas, es opinólogo en cuanto sitio web aparece, y hasta se cambió el nombre y se puso uno de ascendencia italiana. Es una clase de marketing, sin dudas.

En definitiva: el sentido es común, pero si le agregás un sitio web, un libro, un nuevo nombre y otras cosillas más, se vuelve un negocio.

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