jueves, 19 de noviembre de 2009

A veces pasa

El tren era el mismo tren de todos los días. La gente, la misma gente de cada mañana. Y el mismo calor. Y esa familiar sensación de que el día había caído en un molde de hierro del que nunca salía.
Después de Lomas vino Banfield y después de Banfield, Escalada, en esa secuencia aburrida e inevitable. El claqueteo de los rieles y las ruedas no ayudaba, y las nubes tampoco.
El destino de esa mañana era inexorable, hasta que subiste al tren.
Es difícil describirlo (no creo poder lograrlo). Las nubes no se abrieron, ni el clima mejoró. De hecho, el calor siguió siendo insoportable, y el ruido en el vagón, implacable . Pero, como una foto mal sacada, todo perdió definición. Y de repente lo único distinguible eran tus ojos, lo único cierto era tu perfume, el único calor era la tibia caricia de tu cuerpo en medio de los impiadosos vaivenes.
El tren siguió su destino, creo, mientras cruzábamos pocas miradas y ni una sonrisa. El movimiento te llevó más cerca de mi, y no te apartaste. En mi locura transitoria puedo creer que preferiste mi cercanía a la del resto.
Por cuatro estaciones el mundo fue mejor, y Plaza Constitución trajo realidad. Y otra vez el mismo tren, la misma gente, y ese calor...

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