viernes, 27 de noviembre de 2009

Buenos Aires

Ruido. Ruido de autos que viajan fastidiados, con dueños fastidiados, con vidas fastidiadas.
Luces. Luces que titilan sin sentido, sin color, sin humor.
La patrulla rodea la plaza. El oficial mira el reloj, apurado. Urgido.
Arriba las nubes también se olvidan de todo y se van hacia otro lado, en busca de un cielo menos apremiante, menos furioso.
Corriendo pasa un hombre con su perro. Una vuelta.
Yo no puedo sacarme esa sensación de que las cosas están sucediendo en otro lugar. Que esta ciudad ya no quiere saber lo que le pasa. Que soporta lo que le sucede, encerrada en un destino que la arrastra, que la enamora, que la viola y la protege. Que la hace.
Corriendo pasa un hombre con su perro. Otra vuelta.
Los árboles no quieren enterarse y miran hacia arriba, silbando su melodía de hojas arremolinadas por el viento.
Corriendo habrá pasado el hombre, en todavía otra vuelta. Pero ya no lo veo. Mi tren está cerca.

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