jueves, 15 de noviembre de 2007

Roto

Ella tenía los ojos colorados. Los míos no estaban mucho mejor. El café se enfriaba en la mesa, y en la vidriera la gente pasaba sin más conciencia que la de sus propios pasos.

Yo quería decirle mil cosas. Yo quería decirle que no le mentí, quería caer en todos los lugares comunes que no me iban a conformar a mi y no la iban a consolar a ella. Volver a pasar por la misma frustración, la misma escena triste de todas las películas.

Ella tomaba mi mano, y miraba los sobres de azúcar desparramados. No lloraba, pero iba a hacerlo. Las comisuras de sus labios no podían ocultar el esfuerzo por sostener las lágrimas.

En ese momento, a pesar mío, como sin quererlo mis labios dijeron:

"Tenemos que hablar".

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