Subió los tres escalones, y saludó "hola, Marcos", mientras el chofer, bocinazos mediante, se abría paso hacia el carril del medio. La avenida porteña se debatía entre el tráfico y los peatones, entre el viento y un sol que no terminaba de convencer.
El hombre se apoyó en el respaldo del chofer. “Damas y Caballeros, ante todo sepan disculpar las molestias ocasionadas” comenzó, un saludo que ninguno de los pasajeros necesitaba. La barba de tres días ostentaba las mismas canas que una vez tuvo la cabellera, hoy ausente. “Les presento una oferta imperdible” dijo y mostró unas agujas de coser. Las agujas Indio, a decir del vendedor las más conocidas del mercado.
“En comercios del ramo abonan no menos de $15 el juego” dijo, preámbulo de la gran oferta, y luego tiró el precio. Honestamente recuerdo haber pensado “es barato”, aunque no recuerdo la cifra.
La única respuesta fue el ruido del motor, y los gritos de la calle. Nadie lo llamo, lo cuál es válido; tal vez nadie quisiera agujas. Nadie le prestó atención; esto más grave. Pero lo más triste es la poca atención que se prestaba él mismo. Mostraba las agujas “matambrera, cochonera, más de 25 piezas” como un mensaje que fuera un texto ensayado, estudiado.
Al final, gritó “en la otra, Marcos”. Lo último que le oí decir, antes de que se cerrara la puerta, fue “Disculpe las molestias…”
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