Fue un segundo. Caminaba por la calle, saliendo de la oficina. Las diez de la noche de un martes de enero no son el momento ideal para encontrar amigos, menos aún en las anódinas y solitarias calles del barrio del Abasto.
Sin embargo, ahi estaban. Los muchachos, en una habitación que, si alguna vez fue un bar, sólo conserva una herrumbrada heladera y vasos de vidrio ordinario. Una mesa de fórmica dominaba la escena, rayada por años de cubiertos y propinas.
Alrededor de la mesa, las sillas se amontonaban para ver la partida de truco, de mus, o de vaya a saber que otro juego. Había alguna grapa, algún moscato, unas rodajas de salamín en un rincón.
Los personajes de esta breve historia, vestidos con camisas rayadas, pantalones grises y marrones y zapatillas incomprensiblemente modernas gritaban, tiraban cartas sobre el plástico, y reían en la noche subterránea. Todo esto, en un simple golpe de vista.
Si tienen algo como eso, cuídenlo.
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