El pueblo costero se movía al ritmo de noviembre. Poca gente, muchos trabajando en casas y edificios que parecían abandonados, con ganas de despabilarse. Las esquinas que iban a sangrar autos en enero ahora eran lugar de reunión de señores locales, en el kiosco de diarios o el almacén de barrio.
El supermercado no escapaba a esta lógica. Su presencia citadina desentonaba. Las grandes ofertas en rojo se frustraban, desapercibidas.
Sólo dos cajas abiertas. La espera, sin embargo, era motivada por la charla entre cajeros y clientes que, de 20 a 8 eran simplemente vecinos.
Despues de las preguntas de rigor, la cajera suelta amablemente "25 pesos". La clienta saca de su enorme bolso una billetera, y separa dos billetes de 10 y uno de 5. Mientras lo hace, deja al descubierto una estampita
"Qué linda virgencita" dice la cajera. "Te la regalo, responde la señora, y hace ademán de sacarla de entre papeles y billetes. "Pero es suya!" el comentario de la chica no alcanza a disfrazarse de protesta. "Tengo otra, tomá" responde la mujer, con una sonrisa de abuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario