El hombre
se bajó de un auto oscuro. Le abrieron la puerta y asomó, con un traje gris y
una corbata azul con pintitas. El invierno boreal golpeaba duramente a la
pintoresca ciudad europea, por lo que se acomodó las solapas y caminó hacia la
puerta vidriada.
El edificio
era una mezcla entre lo típico y lo moderno. Un techo de tejas a dos aguas
terminaba en una especie de pecera. El hombre, viejo conocedor de las oficinas,
atravesó el lobby mirando sin mirar, como hacemos todos en aquellos lugares que
ya nos acostumbraron (o que ya nos aburrieron). Lo seguía un séquito de
hombretones de negro, con auriculares. Subieron todos a un ascensor.
Bajaron
directamente en una oficina. Con el paso lento de un hombre de 86, se dirigió
hacia un escritorio detrás del cuál aguardaba su interlocutor, apenas unos años
menos viejo. Los gorilas se mantuvieron a distancia.
¿Qué decir
de la oficina? Clásica. Mucha madera, alfombras, tapices. Dinero, esencialmente
dinero. Un ventanal enorme dominaba los jardines.
Estos dos
hombres, que en público estrechaban manos, aquí en cambio sonrieron
cansadamente y ocuparon sillas a ambos lados del escritorio de roble. Ambos
compartían la actividad desde hacía mucho tiempo, y se conocían profundamente.
Los dos habían estado sentados en esas mismas sillas muchísimas veces y habían
tomado decisiones que afectaban los destinos de millones de personas como quién
decide cortar el café con un poco de leche. Ser el tipo más poderoso del mundo
puede, eventualmente, convertirse en una rutina.
-
Sepp
– dijo el recién llegado a su anfitrión – necesito jugar los 7 partidos.
-
¿Qué?
– respondió este, en castellano pero con un fuerte acento francés
-
Lo
que te digo, querido. Necesito que la Selección juegue los 7 partidos. Y que salga
campeona, si podemos arreglarlo – repitió el primero, sin modificar su
semblante ni su mirada lacónica.
La mirada
de Sepp se volvió torva. Desde el minuto mismo en que asumió su puesto sabía
que algún día iba a tener que lidiar con una situación como esta. “No firmes
con la boca cheques que tu culo no puede pagar” dicen los estadounidenses. Sepp
se sintió, de repente, sin fondos.
(En breve, la parte II)
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