Se puso a cubierto tras una pared, y espió el callejón. Los cestos de basura goteaban bajo la garúa. Los pedazos de revoque se desprendían, mientras él se afanaba por mantenerse oculto.
Al final de la callejuela había una puerta de madera. Estaba hecha de tablas, reforzada con bulones, y tenía una mirilla corrediza. Pensó que para forzarla, haría falta una barreta realmente gruesa; sin embargo, su objetivo, por ahora, consistía en husmear.
La operación había demandado meses de trabajo, pero aquella última semana había sido fatal. Los jefes habían estado muy nerviosos, y se habían paseado entre todos gritando órdenes y vociferando insultos cuando algo no funcionaba. Apenas habían dormido, y eso no podía ser bueno. Encima, ayer había sido el cumpleaños de su hija. “Que los cumplas muy feliz”, le dijo al contestador.
La banda que estaban tratando de desbaratar quería tomar control de toda la zona, y no podían permitirlo, o sería demasiado tarde para detenerlos. Los jefes habían tenido reuniones con sus jefes, en las cuáles se habían discutido varias opciones; finalmente habían decidido un plan de acción que incluía apoderarse del próximo cargamento, que debía salir esa noche, por la puerta de madera.
Por eso él vigilaba, con su gorra azul empapada, y su sobretodo azul oscuro cubriendo el chaleco antibalas. Sabía que iba a necesitarlo.
El paquete estaba por salir. Mientras esperaba, observó las paredes altas que rodeaban el callejón, y la calle que salía hacia el sur. Allí esperaban atrapar el cargamento.
Entre la lluvia, la puerta se abrió, y salió un hombre. Sombrero gris, sobretodo negro, y un maletín. Era el paquete. Si iba armado, lo cuál era probable, lo disimulaba muy bien.
Bajó el volumen de la radio, y salió de su escondite, persiguiendo al hombre por la calle hacia el sur. Buscaba cubrirse para no ser blanco fácil, mientras lo seguía. Avisó a los demás, que esperaban a la salida de la calle. E hizo su jugada.
Disparó dos tiros hacia los muros, y corrió a cubrirse. La idea era que corriera hacia la emboscada, y así lo hizo. Le devolvió los disparos, y cuando se dio cuenta de la trampa, era tarde.
- Nadie más que nosotros hace negocios en ésta parte de la ciudad, ¿capisce? – dijo, mientras le quitaba el maletín. Le disparó en la rodilla, y el sombrero gris rodó por el pavimento desigual.
- A ver si tus jefes aprenden quién manda – otros dos disparos terminaron en la cabeza del mensajero. A continuación, sin prisa, tomó el sobre de mercancía y lo esparció sobre el abrigo gris.
- Jefe, la policía – advirtieron a sus espaldas
- OK. Vamos.
Se adentraron en el callejón descascarado. Mientras escuchaba las sirenas, comenzó a pensar el regalo para su hija…