Iba a escribir algo sobre el asesinato de los periodistas de la revista Charlie Hebdo. Iba a ser un quilombo, me iba a meter en profundidades en las que mi expertise iba a ser insuficiente, pero como decimos, cualquiera tiene un blog.
Twitter estaba en llamas. Los diarios tiraban leña a un fuego que ya, de por si, ardía vigorosamente. Era impresionante ver el minuto a minuto escenografiado como una película de Liam Neeson. Y en medio de eso, opinadores, especialistas, conocedores y no tanto, esgrimían escenarios, planetaban hipótesis, y auguraban más leña, más fuego, más sangre.
Creo que no es necesario pronunciarse en contra del asesinato de personas inocentes. Y creo que aquí hay que ser bien precisos: dos tipos entraron en un diario y mataron a personas a sangre fría ¿Lo hicieron en nombre de Mahoma? ¿Fueron provocados? ¿Charlie estaba ensañado con el Islam? Son cuestiones, creo, posteriores. 12 personas inocentes fueron asesinadas. Eso no admite discusiones.
Claro, en el terreno de las hipótesis, salieron a hablar todos. Atilio Borón en Página de ayer y Juan Sasturain en el de hoy. Pérez Reverte en Infobae. Phillip Gourevitch en The New Yorker. Y siguen las firmas. (Aclaro que con estos links no adscribo a las opiniones. Simplemente ejemplifico).
Los anti islam pidieron a todos los musulmanes que condenen el acto, como si el hecho de ser religiosos los hiciera culpables salvo que se expresen en contrario, y salieron a pedir la reinstauración de la pena de muerte en Francia. Muchos especularon con que, en algún lugar recóndito, los cazabombarderos norteamericanos calentaban motores, ante la sonrisa de algún republicano.
Del otro lado, respondieron recordando a Charlie Wilson, criticando el doble discurso occidental que se horroriza por los muertos en París y omite a los que caen en Palestina o Guinea. Afirmaron que las viñetas eran de mal gusto, islamofóbicas y racistas. Culparon a Estados Unidos, pero se ocuparon de aclarar que "no justifican las muertes".
Me di cuenta de que iba a ser imposible. No me iba a dar el cuero, me iba a meter en un quilombo. A veces uno sabe en lo que cree, pero recortarlo, ponerlo en palabras, constituye una tarea que entraña el riesgo de no ser fiel a uno mismo (o serlo, en demasía).
Pero hay una cosa que si me sorprendió: la certeza.
Todos entregan opiniones tajantes, con una seguridad, con una precisión, que me hizo sentir envidia. Todos la tienen super clara! Los que condenan a occidente por pretender importar nuestros valores a todo el globo, y los que se indignan con los lápices manchados de sangre.
A nadie le cabe una duda. Ni un alfiler. Todos tienen la idea acabada, la cosa juzgada.
Les confieso algo: darme cuenta de eso me dio miedo. Mucho miedo.
PD: Rescato la opinión del Diputado Del Caño, que me parece una síntesis muy interesante.
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