Es sorprendente el uso que los conductores hacen de las balizas. Ante todo, las balizas son esas luces que titilan a intérvalos regulares, y que señalan una actitud potencialmente peligrosa de un conductor (también hay otros tipos de balizas; nos referimos a las que utilizan los automóviles).
Muchos conductores entienden que las balizas se utilizan en casos como, por ejemplo, estacionar momentáneamente en doble fila, o si por algún motivo el automóvil se detuvo (se quedó sin nafta, supongan). Acá Clarin hace un pequeño estudio del uso de las luces indicadoras.
Otros, en cambio, entienden que las balizas funcionan como el "pido gancho", es decir, como una suspensión arbitraria, momentánea, casi metafísica, de las reglas de tránsito y, por qué no, de la física. Entonces, la señora que estaciona en un lugar equivocado, coloca balizas, se baja y está media hora en un comercio, no considera que haya hecho nada malo, porque "puso balizas". Con el guiño pasa algo similar: poner el guiño, según estos conductores, obliga a que los dejes pasar. Es como si se generara un salvoconducto.
Atento al funcionamiento que estos seres atribuyen a las balizas, propongo lo siguiente:
- Aquellos jugadores de fútbol que no sean del todo habilidosos pueden "poner balizas", lo que les permitirá circular libremente con el balón hasta, digamos, la media cancha.
- Asaltantes que estén en pleno robo podrán, ante la aparición de la policía, "poner balizas", a fin de escapar plácidamente del lugar del crimen, ante la desesperanzada mirada de los oficiales.
- Deudores podrán presentarse ante sus acreedores "poniendo balizas", a fin de lograr raudas renegociaciones, descuentos y otros beneficios.
- Los sillones del Congreso de la Nación y de todas las legislaturas provinciales y municipales deberían tener balizas. Sabemos que les van a dar buen uso.
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