La Varietè es de Racing. Así, sin democracia ni explicaciones. Somos de la Academia, todo el tiempo.
No somos grandes seguidores, no. No vamos a la cancha. Somos escépticos respecto de la organización del espectáculo futbolístico, en la Argentina y en el resto de la galaxia. No compartimos esa feligresía del que va, con cualquier clima, y se parapeta en la tribuna. La respetamos mucho, pero somos hinchas de sillón.
Deploramos, intensa, visceralmente, a los barras. No los consideramos hinchas. En cambio, creemos que son socios en un negoción que incluye dirigentes, funcionarios, políticos, y hasta jugadores. Incluso, el apelativo de "barrabrava" nos parece una forma pintoresca de disimular su verdadera condición. Bravo era mi abuelo, que cuando se enojaba se ponía tan serio que costaba recordar que era un jodón. Estos no son bravos. Son ladrones, asesinos; cómplices, como mínimo.
Pero hay una cosa que, para la Varietè, es sagrada. Y es el fútbol.
Ni los colores, ni las banderas, ni los estadios. Ni las camisetas "dry fit", ni los botines de dos colores distintos, ni los esponsoreos, ni las botineras.
El fútbol.
Cuando uno es pibe y empieza a jugar a la pelota, es estadísticamente probable que no sea del todo hábil. Inmediatamente uno se da cuenta de que esas cosas que hacen los habilidosos en la tele o en la canchita del barrio a uno no le van a salir, al menos no fácilmente.
En ese contexto, invito a los futboleros a hacer memoria y recordar, con la mayor precisión posible, cuándo fue que hicieron algo mágico, futbolísticamente hablando. No digo una chilena tipo Francescoli. Puede haber sido un pase de 5 metros. Hagan memoria. Un centro perfecto, un tiro libre al ángulo, un quite "providencial", como gustan decir los relatores.
Específicamente, traten de recordar como se sintieron. Alguno hasta puede recordar que en ese momento hinchas imaginarios se rompieron las palmas en aplausos, o corearon el apellido de uno.
Les cuento una mía. Baldío en el viejo Lomas de Zamora. Partido 3 contra 2. Mi equipo, el de los 2, contaba además con la presencia de mi viejo. Enfrente, el Chino, amigo de la primaria, y otros dos que no recuerdo y no vienen al caso.
El Chino atajaba. Tuvo la decencia de colocar la barrera y ponerse justo detrás, dejando abandonado el poste izquierdo.
Decidimos una jugada preparada. Mi viejo tomó carrera, la saltó, y yo entré como una tromba, y con el empeine le di justo, justo, para que fuera rasante, pegada al buzo que oficiaba de arco, y se metiera ante la atenta mirada del Chino.
Conozco a muchos hinchas del fútbol que sienten eso mismo cuando su equipo gana. Esa euforia que se desata, esas ganas de abrazar el adoquinado.
No pretendo definir qué sentimiento es el fútbol. Sería irrespetuoso. Simplemente le dedico esta pavadita a todos los hinchas de Racing, que estamos de festejo. Y a los hinchas del fútbol.
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