viernes, 11 de marzo de 2016

Donald, los republicanos y la pared


Los partidos políticos en  Estados Unidos se acercan a la definición de sus candidatos a presidente. La historia reciente (y no tanto) obliga al resto del mundo, y particularmente a América Latina, a mantener un ojo enfocado en los problemas propios y otro siempre en lo que sucede en el país del norte.
La carrera demócrata tiene como exclusivos contrincantes a Hillary Clinton, ex secretaria de Estado y probable candidata, y a Bernie Sanders, senador por Vermont, autoproclamado socialdemócrata, que viene sosteniéndose a base de un discurso que hasta hace algunas décadas hubiese sido sospechoso en un país históricamente impermeable a ideas de izquierda, no importa cuán moderadas sean.

Sin embargo, la primaria más atractiva (Se puede utilizar “escandalosa” “surrealista” y varios adjetivos más) se ha dado por el lado del Partido Republicano. El GOP (Grand Ole Party, apodo habitual de los republicanos) tuvo a lo largo de la carrera a 15 postulantes. Y de todos ellos, el más excéntrico, por lejos, es Donald Trump.
“Traen drogas. Traen crimen. Son violadores. Y algunos, asumo, son buena gente”.  La frase pertenece a Trump, y la pronunció en junio de 2015, en referencia a inmigrantes mexicanos, cuando anunció su precandidatura. De hecho sugirió que esto sucedía a propósito, a instancias del gobierno de Mexico.

Para ese entonces, la mayoría de los analistas políticos suponían que Trump se iba a caer con el mismo estruendo con el que se estaba subiendo al tren presidencial. Muchos pensaron que era una entretenida estrategia de marketing. Pero el chiste fue perdiendo gracia.

Donald John Trump nació en Queens hace 69 años. Su padre era desarrollador inmobiliario, y, en la década del ’70 le prestó dinero a su hijo para que siga sus pasos, pero no en su barrio, sino en Manhattan.
En épocas de campaña, la experiencia y capacidad comercial de Trump fueron cuestionadas repetidamente, y sus rivales le recordaron el préstamo de su acaudalado padre, sus problemas con el fisco, y las reiteradas bancarrotas que presentó.

Nada de esto parece importar. Trump lidera la interna republicana con una combinación de racismo, xenofobia, y nostalgia por un resplandor pasado que, aparentemente, él es el único capaz de recuperar. “Make America Great Again” (Hagamos a América Grande De nuevo) es su lema.

Antes de entrar de lleno en el discurso de Trump, vale aclarar cuáles son sus posicionesen algunos de los temas más álgidos en la agenda norteamericana.

Inmigración: En este apartado aparece la famosa muralla que Trump planea construir, con plata del Estado Mexicano. Al respecto el presidente Enrique Peña Nieto dijo que la propuesta “refleja una enorme ignorancia por lo que México representa”. Y Vicente Fox, ex presidente, dijo “No vamos a pagar por la maldita pared” (We’re not gonna pay for the f…ing Wall). Trump también propuso expulsar a 11 millones de inmigrantes, prohibir el ingreso de musulmanes y negarles a los niños nacidos en suelo americano la ciudadanía, en contra de lo provisto en las 14° enmienda.
En varios sitios se ha mencionado que, mientras Donald Trump ningunea y discrimina a mexicanos en particular y latinos en general, sus inversiones en Latinoamérica superan los US$ 3000 millones. Aparentemente, a Trump le interesa mantener a los latinos fuera de Estados Unidos, pero el dinero no tiene nacionalidades.

Armas: Trump es un defensor de la posesión de armas, y considera que los actuales chequeos de antecedentes son suficientes. Cabe recordar que Estados Unidos es, con mucho, el país desarrollado que más muertes por arma de fuego tiene año tras año.
Impuestos: El plan de Trump para recortar impuestos (un objetivo habitual entre los republicanos) es tan extensivo y profundo que algunos analistas consideran que “ni siquiera está en el universo de lo real”.

Cambio Climático: Trump lo considera un fraude (obvio). Por lo tanto es esperable que no haga nada al respecto.
Nada mencionamos respecto de seguro de salud universal, derechos laborales para madres y padres, diferencia racial ante la ley, y demás cuestiones que pueblan la agenda estadounidense pero que no han recibido mayores propuestas del lado republicano. Tampoco señalamos lo sucedido recientemente, cuando David Duke, Gran Mago del Ku Klux Klan, llamó a votar por Trump, y Trump, en lugar de ofenderse y rechazar el apoyo, dijo "yo no se nada de David Duke". (Luego trató de excusarse)
A pesar de esto, y de constantes contradicciones en su discurso, “The Donald” se mantiene como líder en las primarias republicanas, con 459 delegados contra 360 de su perseguidor, Ted Cruz ¿Cómo se explica que el primero (y el segundo) candidatos a la presidencia republicana sean tipos que no tienen el apoyo de las elites del GOP?

Indignación. Esa es la palabra. Una gran parte de los norteamericanos está indignada. Pero a diferencia de los indignados de Occupy WallStreet, estos indignados no piensan en términos ideológicos, sino que simplemente tienen nostalgia por el país “como era antes”. Y Trump les está vendiendo eso. De hecho, varios países europeos vieron, con la crisis de 2008, una situación parecida. Crecimientos por “izquierda” y por “derecha” (las comillas no relativizan los conceptos per se, sino la pertenencia de tales levantamientos a uno u otro).

 Y entonces, ¿que nos toca?

Evidentemente, los comentarios de The Donald respecto de América Latina no sugieren nada demasiado alentador. Si bien no hizo referencias a políticas específicas, se desprende de su discurso que no está dispuesto a hacerle favores a nadie, ni a China, ni a Europa, ni mucho menos a América Latina. Por otro lado, es difícil compararlo con republicanos anteriores, ya que Trump no es un caso típico.
El Wall Street Journal, insoslayablemente republicano, comparó a Donald Trump con un caudillo latinoamericano. “El manualpolítico de Trump está sacado de la Latinoamérica del Siglo XX”, expresó Mary Anastasia O’Grady, columnista estrella, sin esconder el desprecio que el establishment del GOP tiene por los líderes latinos.

En la otra vereda, Rafael Correa, presidente de Ecuador, dijo hace poco que el triunfo de Trump convendría, ya que su discurso “tan torpe”  “despertaría una reacción”. La apreciación de Correa apunta a una retracción que los procesos populares están teniendo en América Latina, y a que una presidencia Trump podría volver a incentivar el descontento popular a la luz del probable maltrato que The Donald le propinaría a la región.

Sin embargo, vale preguntarse: ¿Será esto así? ¿O acaso una Casa Blanca conservadora y gobiernos afines en América Latina no se potenciarán mutuamente?

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